domingo, 24 de junio de 2012

POEMAS QUE SON PLEGARIAS


Para mi Suky y mi Kaiser, estas palabras sin correa…

En mi época universitaria trabajé como mesero en un restaurante (propiedad de unos tíos, quienes me dieron casa y alimento los cinco años que duró la licenciatura en Literatura Hispanoamericana). En todo momento me sentí adoptado por la generosa familia Ordóñez Brasdefer, que me veía como a un hijo. Sin embargo, fueron tiempos difíciles porque mi madre trabajaba en el norte de México para poder financiar parte de mis estudios, y los de mis hermanos, a quienes extrañaba profundamente. También sentía nostalgia por los amigos de aquel puerto tropical donde había transcurrido parte de mi infancia y adolescencia. Me mantenía firme gracias a las cartas de mis seres queridos, es decir, gracias a las palabras que venían del corazón y la mente de aquellos a quienes yo amaba, y de los libros que iba encontrando en el camino o que amigos míos ponían frente a mí, para la nostalgia: Li Po; para comprender los excesos de la libertad: On the road, de Jack Kerouac; para la melancolía adolescente y la idea de resurrección: Oscura palabra, de José Carlos Becerra; para asuntos filiales y el infierno de la burocracia: Franz Kafka.

Creo que una de las lecciones más reveladoras acerca de la fuerza de la palabra poética fue cuando Manuel (amigo y compañero mesero) me mostró una hoja que guardaba en su cartera y que tenía escritos a mano los siguientes versos: “…soy otro cuando soy, los actos míos/ son más míos si son también de todos,/ para que pueda ser he de ser otro,/ salir de mí, buscarme entre los otros,/ los otros que no son si yo no existo,/ los otros que me dan plena existencia,/ no soy, no hay yo, siempre somos nosotros”. Le pregunté si sabía de quién eran esos versos. “No son versos, es una oración que rezo todos los días”, me respondió tajante. Supe que este fragmento de “Piedra de sol”, quizá uno de los poemas más famosos de Octavio Paz, había trascendido el territorio de la literatura para incrustarse en el de la vida espiritual de un hombre, borrando títulos y autores. Dejé las cosas como estaban; aunque yo supiera de quién se trataba, no era yo el “maestro” si no la poesía que me enseñaba lo que era sobrevivir día a día.

Ahora, con más lecturas en mi vida, tengo un conocimiento mayor acerca de obras, autores y corrientes literarias, pero sigo pensando en muchos poemas como plegarias personales, conjuntos de palabras que, al estar unidas, generan energía más allá de la razón y el entendimiento, como aquellos versos de un poema de Leonard Cohen, contenidos en su maravilloso libro La energía de los esclavos, que recuerdo siempre y son mi fortaleza y fe en días aciagos (como estos días en que escribo estas líneas): “Yo no me maté cuando las cosas me fueron mal/ no me dediqué ni a las drogas ni a la enseñanza./ Intenté dormir, pero cuando me di cuenta que no podía dormir/ aprendí a escribir./ Aprendí a escribir/ cosas que pudieran ser leídas/ en noches como ésta/ por gente como yo.”


Tomado de mi columna, Bitácora Bifronte, en La jornada semanal (24 de junio de 2012)

sábado, 2 de junio de 2012

Rainer María Rilke: cartas al tiempo (Mi columna en La jornada semanal)



La obra poética de Rainer María Rilke no se circunscribe, como podría pensarse, a sus poemas. Su obra escrita en prosa, como Los cuadernos de Malte Laurids Brigge y el conjunto de textos epistolares, conocido como Cartas a un joven poeta, demuestran una sensibilidad poética que rebasa los géneros literarios. Las Cartas a un joven poeta son el resultado de una estrecha correspondencia entre Rilke y Franz Xaver Kappus, a quien le debemos, en palabras de Vicente Quirarte, “haber tenido el valor para dirigirse al maestro, haber conservado sus cartas y publicarlas veinte años después de la muerte de su autor”. Esa inocencia con la que Kappus habría de acercarse al consagrado poeta es lo que, quizá, enterneciera a Rilke, quien en una serie de cartas respondió no sólo a las preguntas de su interlocutor sino a los cuestionamientos que él mismo se formulaba. En sus cartas, Rilke no se limita a proponer una preceptiva literaria o poética, habla desde lo íntimo y sus ideas acerca de la poesía emergen de una manera confesional y total.

     Hay que acotar que al publicar las cartas de Rilke, Kappus decidió omitir las propias con la idea ferviente de que sólo el poeta debería hablar, mostrando una verdadera lección de humildad: “Lo único importante son las diez cartas que siguen. Importante para saber del mundo en que vivió y creó Rainer María Rilke. Importante también para muchos que se desenvuelvan y se formen hoy y mañana. Y ahí donde habla uno que es grande y único, deben callarse los pequeños.”

     En la primera carta, fechada en París, el 17 de febrero de 1903, Rilke insta al joven Kappus a que indague en sí mismo en lugar de preguntar si sus versos son “buenos”: “Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí […] Ahora bien (ya que me permite aconsejarlo), le suplico renuncie a todo eso. Su mirada está dirigida hacia afuera; sobre todo, es lo que debe evitar en lo sucesivo. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. No hay más que un solo camino. Entre en usted. Busque la necesidad que lo obliga a escribir, examine si sus raíces penetran hasta lo más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir.” Rilke plantea un problema esencial respecto al arte de la poesía: la diferencia abismal entre el oficio de poeta y la simple escritura de poemas. El oficio de poeta implica la asunción absoluta, el reconocimiento y autodescubrimiento del propio ser, mientras que la escritura es un acto circunstancial, un hecho derivado de un primer movimiento que es el saberse poeta. Rilke marca el punto de inicio de una poética propia de la que nacen sus aspiraciones no sólo artísticas sino vitales: la introspección, el camino de la soledad para poder comprender, de una manera mucho más profunda, el misterio de la vida, tal como lo dictan los siguientes versos de sus Sonetos a Orfeo: “Eres, amigo mío, solitario, porque…/ Paulatinamente nosotros nos apropiamos del mundo/ con gestos de la mano y con palabras,/ tal vez su más endeble y peligrosa parte.”