La lectura no es una actividad
lineal. Cada obra, nacida en circunstancias particulares, nos exige diferentes
tipos de atención. Nuestros intereses tambien varían al acercarnos a un libro,
una revista, un periódico. No es lo mismo leer un poema que una novela, incluso
un mismo género literario propone estrategias distintas en cada obra: no se lee
de manera uniforme de principio a fin. Cada obra respira, tiene un ritmo
cardíaco, ondulaciones que se diferencian unas de otras. En conclusion, cada
obra es un ser vivo y nuestra relacion con ella es impredecible.
A Samuel Taylor Coleridge se le atribuye haber dividido en
cuatro tipos a los lectores, según sus capacidades para asimilar, retener o
filtrar la lectura. La que a continuación propongo es una subdivisión de algunos
tipos (básicos) cuyas combinaciones son múltiples y se pueden encontrar en un
mismo lector.
El lector desorganizado. Casi siempre lee varios libros a la
vez, suspende la lectura de un título para saltar a otro; tarda mucho tiempo en
concluir un libro. Muchas veces su capacidad de concentración no le permite leer
libros extensos.
El que lee sistemáticamente (por placer). Lee a autores,
géneros, temas. Se interesa por la obra de un autor y trata de leer toda su
bibliografía.
El que lee sistemáticamente (por obligación). A este gremio
pertenecen los estudiantes, profesores, reseñistas y gente que lee por
“obligación” y puede derivar del tipo anterior. Este lector casi siempre se
queja de la lectura en turno pues preferiría estar “leyendo otra cosa”. De vez
en cuando lee libros que resultan interesantes y asombrosos: un tesoro
encontrado en el basurero justifica la faena de pepenador.
El que lee por temporadas. Lee cuando tiene vacaciones o cuando
simplemente un libro “lo atrapa”. Puede ausentarse de la lectura por meses sin
que lo asalte el sentimiento de culpa.
El lector que “relee”. Este lector da demasiada importancia a
lo que los demás piensan de él pues suele emitir frases como “estoy releyendo a
Borges y me parece fenomenal”, cuando en realidad es la primera vez que lo lee;
disimula su ignorancia pero proyecta su (sincero) asombro.
El lector que no lee. Este lector es nocivo para sí mismo y
para su entorno. Lee poco pero finge leer mucho. Da malas referencias a quien
acude a él por su fama de “lector”. Cuando le preguntan qué opina de cierto
autor dice, para no perder credibilidad, que es “bueno” o “regular”. Suele
guiarse por los comentarios de terceros o por otros “lectores” de su especie. Si
le mencionan el nombre de una novelista, desconocida para él, dice que es “un
magnífico autor”; o asegura haber leído una novela cuando sólo vio la película
basada en ella. Al verse descubierto suele llevarse la mano a la frente y
afirmar: “es que de tanto leer me confundo”. De este tipo, estimado lector, hay
que alejarse inmediatamente.
Tomado de La jornada semanal del diario La jornada
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