La traducción literaria siempre ha sido una actividad polémica porque no ofrece una respuesta definitiva a la pregunta: “¿se puede traducir un texto literario?” Ezra Pound decía que de las tres cualidades de un poema, la melopea (su carácter musical) es imposible de traducir o trasladar de una lengua a otra. La fanopea (“proyección de imágenes sobre la imaginación visual”) puede ser traducida “casi, o completamente, intacta”, y cuando es lo bastante sólida ni siquiera el traductor puede destruirla. La logopea: “no se puede traducir; aunque la actitud mental que expresa puede pasar de un idioma a otro mediante la paráfrasis”. Esta breve, pero esclarecedora lección, hace más sencillo comprender qué regiones de la poesía podemos traducir; sin embargo, hay casos en los que el traductor se encuentra frente a un verdadero desafío, como en “[Blank verse]” de Ernest Hemingway.
Poema de juventud, “[Blank verse]” fue publicado en 1916 y juega con el término “verso blanco” (aquel que conserva una métrica regular y que prescinde de la rima, en la poesía escrita en inglés casi siempre es un pentámetro yámbico). Aunque estamos frente a una boutade, no me parece ocioso intentar una traducción, ya que el texto no sólo es una rareza en la producción poética de Hemingway (quien publicó más de ochenta poemas), sino que irrumpe como una obra vanguardista, fiel a una voluntad de ruptura y provocación. El poema es un conjunto de ausencias contenidas por signos de puntuación en donde, curiosamente, no hay punto final:
[Blank verse]
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Una posible traducción al español, “[Verso blanco]”, dejaría intacto al poema, agregando, por medio de una actitud casi adivinatoria, los signos de admiración que se utilizan en nuestro idioma al inicio de cada exclamación. Siguiendo los principios planteados por Pound, la traducción de “[Blank verse]” implicaría trasladar el silencio (y su exaltación) de una lengua a otra (melopea), la imagen de ausencia y vacío (fanopea), y el ánimo transgresor (logopea) contra una forma poética tradicional usada por poetas como Milton, Shakespeare, o Donne, entre muchos otros.
En este peculiar poema (probable trampa para los críticos e interminable juego de especulaciones para los lectores), Hemingway hace que las palabras desaparezcan y “blanquea” la página, suprime la musicalidad y hace evidentes los signos de puntuación: vestigios de un poema que no se puede leer pero que, en un esfuerzo exegético, sí se puede comprender.
Tomado de Bitácora bifronte, mi columna en La jornada semanal del diario La jornada.
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