Para Miguel
Cuando alguien le preguntó a Krishnamurti cómo liberarse del miedo que domina todas nuestras actividades, el filósofo respondió que había diversos tipos de miedo y que no se necesitaba analizar cada uno: “En primer lugar, lo que se vence habrá de conquistarse una y otra vez. No es posible vencer, sobreponerse a ningún problema; el problema puede ser comprendido, no vencido.” Y más adelante se preguntaba él mismo, para indagar en lo más profundo de la experiencia: “¿De qué tenemos miedo? ¿Tenemos miedo de un hecho, o de la idea acerca del hecho? ¿Tenemos miedo de la cosa, tal como es, o tenemos miedo de lo que creemos que es? ” Las preguntas lanzadas por Krishnamurti son en sí mismas respuestas reveladoras: separan el hecho de la idea, lo concreto de lo abstracto.
Por su lado, Raymond Carver, en uno de sus más impactantes poemas, titulado precisamente “Miedo”, explora, desde un tono conmovedoramente confesional, los diferentes miedos a los que su ser (el de todos nosotros) se enfrenta, miedos cotidianos: “Miedo a ver una patrulla policíaca estacionándose en mi patio/ […] Miedo al teléfono que suena a mitad de la noche.” Su poema también sondea temores abstractos: “Miedo al pasado resucitando./ Miedo a que el presente vuele/ […] Miedo a la ansiedad./ Miedo de que aquello que yo ame resulte letal para los que amo. ” Miedos que nacen con nosotros o que se arraigan en nuestra más tierna infancia: “Miedo a las tormentas eléctricas […] Miedo a los perros, aunque me digan que no muerden.”
Me pregunto ¿cuántos de nosotros experimentamos estos miedos? ¿Cómo, en silencio, convivimos con nuestros temores, en un zoológico mental, creyendo que estamos a salvo, separados de ellos por rejas imaginarias? “El pensamiento es producto del pasado –dice Krishnamurti– y sólo puede existir gracias a las palabras, a los nombres, a los símbolos, a las imágenes, y mientras el pensamiento considere y traduzca el hecho, tiene que existir el miedo.”
Sin embargo, el miedo es el signo de nuestros tiempos; hay un desasosiego que se mezcla con la esperanza, panoramas claroscuros, ríos revueltos en donde ganan pescadores egoístas y tramposos, cuya ventaja es el poder que nosotros les hemos confiado. Más temores: miedo a la guerra, pero no a la idea de la guerra sino a la cotidiana, la que diariamente corre por calles y veredas de México; y también la otra guerra, la que ejercemos todos contra todos, tratando de sobrevivir al conductor que maneja en el carril de al lado, al que nos hace la vida imposible detrás de un escritorio; miedo a la burocracia, miedo a que un error en nuestro nombre nos impida cobrar la quincena; miedo a que nos confundan con un criminal o un policía; al abandono en el que nos tienen los gobiernos; miedo al futuro porque tenemos miedo del pasado; miedo a ingresar a un hospital y no salir vivos o, como dice Carver: “Miedo a la muerte./ Miedo a vivir demasiado./ Miedo a la muerte/ Pero ya dije eso.”
Por su lado, Raymond Carver, en uno de sus más impactantes poemas, titulado precisamente “Miedo”, explora, desde un tono conmovedoramente confesional, los diferentes miedos a los que su ser (el de todos nosotros) se enfrenta, miedos cotidianos: “Miedo a ver una patrulla policíaca estacionándose en mi patio/ […] Miedo al teléfono que suena a mitad de la noche.” Su poema también sondea temores abstractos: “Miedo al pasado resucitando./ Miedo a que el presente vuele/ […] Miedo a la ansiedad./ Miedo de que aquello que yo ame resulte letal para los que amo. ” Miedos que nacen con nosotros o que se arraigan en nuestra más tierna infancia: “Miedo a las tormentas eléctricas […] Miedo a los perros, aunque me digan que no muerden.”
Me pregunto ¿cuántos de nosotros experimentamos estos miedos? ¿Cómo, en silencio, convivimos con nuestros temores, en un zoológico mental, creyendo que estamos a salvo, separados de ellos por rejas imaginarias? “El pensamiento es producto del pasado –dice Krishnamurti– y sólo puede existir gracias a las palabras, a los nombres, a los símbolos, a las imágenes, y mientras el pensamiento considere y traduzca el hecho, tiene que existir el miedo.”
Sin embargo, el miedo es el signo de nuestros tiempos; hay un desasosiego que se mezcla con la esperanza, panoramas claroscuros, ríos revueltos en donde ganan pescadores egoístas y tramposos, cuya ventaja es el poder que nosotros les hemos confiado. Más temores: miedo a la guerra, pero no a la idea de la guerra sino a la cotidiana, la que diariamente corre por calles y veredas de México; y también la otra guerra, la que ejercemos todos contra todos, tratando de sobrevivir al conductor que maneja en el carril de al lado, al que nos hace la vida imposible detrás de un escritorio; miedo a la burocracia, miedo a que un error en nuestro nombre nos impida cobrar la quincena; miedo a que nos confundan con un criminal o un policía; al abandono en el que nos tienen los gobiernos; miedo al futuro porque tenemos miedo del pasado; miedo a ingresar a un hospital y no salir vivos o, como dice Carver: “Miedo a la muerte./ Miedo a vivir demasiado./ Miedo a la muerte/ Pero ya dije eso.”
Tomado de Bitácora Bifronte. Mi columna en La jornada semana de La jornada.
1 comentario:
hermano que onda cómo estás? espero bien. a´QUÍ ME TIENES VISITANDOTE genial leerte.
grandes abrazos.
http://alejandroapariciomorales.blogspot.mx/
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