La obra poética de Rainer María Rilke no se
circunscribe, como podría pensarse, a sus poemas. Su obra escrita en prosa, como
Los cuadernos de Malte Laurids Brigge y el conjunto de textos
epistolares, conocido como Cartas a un joven poeta, demuestran una
sensibilidad poética que rebasa los géneros literarios. Las Cartas a un
joven poeta son el resultado de una estrecha correspondencia entre Rilke y
Franz Xaver Kappus, a quien le debemos, en palabras de Vicente Quirarte, “haber
tenido el valor para dirigirse al maestro, haber conservado sus cartas y
publicarlas veinte años después de la muerte de su autor”. Esa inocencia con la
que Kappus habría de acercarse al consagrado poeta es lo que, quizá,
enterneciera a Rilke, quien en una serie de cartas respondió no sólo a las
preguntas de su interlocutor sino a los cuestionamientos que él mismo se
formulaba. En sus cartas, Rilke no se limita a proponer una preceptiva literaria
o poética, habla desde lo íntimo y sus ideas acerca de la poesía emergen de una
manera confesional y total.
Hay que acotar que al publicar las
cartas de Rilke, Kappus decidió omitir las propias con la idea ferviente de que
sólo el poeta debería hablar, mostrando una verdadera lección de humildad: “Lo
único importante son las diez cartas que siguen. Importante para saber del mundo
en que vivió y creó Rainer María Rilke. Importante también para muchos que se
desenvuelvan y se formen hoy y mañana. Y ahí donde habla uno que es grande y
único, deben callarse los pequeños.”
En la primera carta, fechada en
París, el 17 de febrero de 1903, Rilke insta al joven Kappus a que indague en sí
mismo en lugar de preguntar si sus versos son “buenos”: “Usted pregunta si sus
versos son buenos. Me lo pregunta a mí […] Ahora bien (ya que me permite
aconsejarlo), le suplico renuncie a todo eso. Su mirada está dirigida hacia
afuera; sobre todo, es lo que debe evitar en lo sucesivo. Nadie puede
aconsejarle ni ayudarle, nadie. No hay más que un solo camino. Entre en usted.
Busque la necesidad que lo obliga a escribir, examine si sus raíces penetran
hasta lo más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le
privara de escribir.” Rilke plantea un problema esencial respecto al arte de la
poesía: la diferencia abismal entre el oficio de poeta y la simple escritura de
poemas. El oficio de poeta implica la asunción absoluta, el reconocimiento y
autodescubrimiento del propio ser, mientras que la escritura es un acto
circunstancial, un hecho derivado de un primer movimiento que es el saberse
poeta. Rilke marca el punto de inicio de una poética propia de la que nacen sus
aspiraciones no sólo artísticas sino vitales: la introspección, el camino de la
soledad para poder comprender, de una manera mucho más profunda, el misterio de
la vida, tal como lo dictan los siguientes versos de sus Sonetos a
Orfeo: “Eres, amigo mío, solitario, porque…/ Paulatinamente nosotros nos
apropiamos del mundo/ con gestos de la mano y con palabras,/ tal vez su más
endeble y peligrosa parte.”
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