La violencia no es
algo nuevo en nuestra historia, ni como asunto social ni como tema
literario. Sus orígenes no parecen hallarse en una desviación moral o
ética de las sociedades, provienen de otra fuente más antigua: la
sobrevivencia. Indio borrado (Tusquets, 2014), del escritor
mexicano Luis Felipe Lomelí, aborda, magistralmente, el tema desde
varios ángulos a partir de una geografía específica: la ciudad de
Monterrey, Nuevo León. La novela, en la que el Güero, un personaje
adolescente (casi un niño) encuentra, forzado por las circunstancias en
las que vive, la madurez (cruel y terrible) a través de un rito de
iniciación cuyos cimientos son los de la violencia desmesurada de un
México que ya no se reconoce en paz ni siquiera en la imaginación
artística: “El Güero no podría decir a qué huele su padre pero sabe que
es el olor de su padre. El único. Y siente como si le dieran con un
tubo en la base de la nuca y le fueran apretando los brazos con
alambre, cada vez más fuerte, haciéndole saltar las venas, hundiéndose
en la piel quemada por el sol luego de dos semanas de jale en la obra
para recibir el primer sueldo de su vida. A los trece años.”
Lomelí, en Indio borrado, describe las
acciones de un personaje entrañable, bien definido, narra una historia
en la que la tensión se acumula a cada momento, ofreciendo a sus
lectores una obra que (apuesto por su permanencia) será imprescindible
en la reciente literatura hispanoamericana. Los registros literarios
que alcanza Luis Felipe Lomelí se nutren de una conciencia que le
permite extraer del lenguaje coloquial propiedades altamente poéticas,
encontrar la musicalidad que se canta en el barrio, entre la banda, en
medio de la balacera, en la interpretación de los códigos de guerra
asumidos por los “nuevos ejércitos”. Esta es una novela que se lee con
fluidez, que corre como la sangre de una herida: roja, violenta,
sagrada, como el mismo amor adolescente: “Respingas. Sientes un
carnaval de insectos haciendo su desfile por tu cuerpo, por las
arterias los carros alegóricos y el bailódromo justo en el pecho. Te
sudan las manos. Y te pones colorado.”
En Indio borrado, el Tiempo, ese asesino
de la Historia, que borra con una mano lo que construye con la otra,
se presenta de muchas maneras: el ancestral pasado que es habitado por
los muertos que vigilan (desde su mundo) a los vivos, el presente
desbocado que reta a la muerte a cada instante, y el futuro como una
nube gris, en donde la esperanza apenas se atisba: “Matar –le dicen
sus fantasmas–. Matamos al oso y al venado, a la serpiente, matamos
para proteger a nuestros hijos y darles su alimento, matamos para no
caer de hambre. Matamos de cerca, con el puño limpio, con el mazo y con
la lanza. Matar.”
Luis Felipe Lomelí ha logrado, con Indio borrado,
un acercamiento brutal a la médula de una sociedad que trata de
adaptarse para no morir, una épica moderna que reconoce sus orígenes y
que da muestra de las virtudes de un prodigioso escritor.
Tomado de Bitácora bifronte, mi columna en La jornada semanal
2 comentarios:
Gracias por esta reseña, Jair. Sin duda un libro que debe tenerse en nuestras manos.
De nada. Me parece un gran libro. Gracia a ti por pasar a este blog. Saludo cordial.
JC
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